sábado, 21 de febrero de 2009

El fin (de las vacaciones) y sus consecuencias

Que duro es volver de las vacaciones. Y sí, en algún momento hay que pegar la vuelta, regresar a tu casa, a tu cama, a tu baño (ese que tanto se extraña a veces), acomodar la ropa y una innumerable lista de cosas que cuando recién abrís la puerta de tu morada se presentan ante ti, encima todo tiene una capa de roña por demás molesta. Pero eso no es lo peor, claro que no. Porque en definitiva son cosas que tenés que hacer, y tanto no te molesta; sabés que cuando termines con todo, exhausto, podes irte a la catrera para la ver tele y, si andás con suerte, en una de esas enganchas algún partido de fútbol del ascenso o de un torneo de verano porque las películas del Gordo Porcel y Olmedo ya te cansaron un poco, prácticamente les terminas las frases a esos dos grandes del cine. Claro, vos que entendés como son las cosas, te diste cuenta de que no hace falta ganar un “Oscar” para ser un consagrado ni vivir en la patria gringa.
Mientras ves la tele te relajas, recordás lo bien que la pasaste y como te measte de la risa en todos y cada uno de los momentos de tu viaje, sumado a los lugares de ensueño que visitaste. Pero es justo ahí cuando te acordás de algo, una cosa que inevitablemente tenía que pasar y te pincha un poco, hay que volver a trabajar, la feria se acabó. Por un lado pensás, “tan mal no la pasé y sería un caradura si me quejo, tengo todo enero de vacaciones. A mis amigos apenas le dan 10 días de vacaciones y ganan menos que yo”, pero en seguida brota ese descontento por tener que levantarse a las seis de la mañana de lunes a viernes, por tener que tomarte dos bondis, por tener que conseguir monedas, por tener que cocinarte vivo en febrero porque, vaya a saber a que abogado, se le dio por vestirse siempre de traje, por tener que bancarte a tus jefes y sus criterios absurdos, por tener que volver a la maldita burocracia judicial en donde todo es “pídalo por escrito”, a la soberbia del abogado que se hace llamar “doctor” y ni siquiera te saluda, sólo te dice en el número de causa cómo si hubiera sido un niño cantor de la Lotería Nacional, a tratar de buscar una explicación a lo inexplicable (“pero la causa hace tres meses que está la firma y no la puedo ver”, “ya sé, “doctor”, no se preocupe que se la separo”). Para aliviar un poco tu pesar, te mirás al espejo y haces un chiste tonto, “menos mal que para quejarme no tengo que hacer un escrito, además hay cosas peores”. Encima venís acostumbrado a otros horarios, son las dos de la mañana y no pegas un ojo. Son las dos y cuarto, te dormís.
A las cuatro horas suena el despertador, sentís que tenés una calle al lado de tu cama y Macri la está arreglando. Te levantás, ganaste unos minutos de fiaca por bañarte la noche anterior, una capa de transpiración te envuelve el cuerpo, desayunás rapidísimo, sino salís antes de que sean seis y veinticinco perdés el colectivo, no querés llegar tarde el primer día.
Calor, primera sensación. “Es primero de febrero boludo, lógico que va a ser calor, hay que acostumbrarse”, te recriminas. Viajas parado, como siempre, como todo el año pasado y el anterior y el anterior al anterior. Te tomas el otro colectivo, a las dos cuadras conseguís asiento, pero te faltan diez minutos para llegar, no importa, los disfrutas como una cerveza fría en una playa de Gesell.
El colectivo termina el recorrido –o, por lo menos, termina “tu” recorrido”-, llegaste. Ahí lo ves, con ese aspecto tan peronista y viejo, el edificio parece que se va devorando a todos los que entran. Subís las escaleras, haces la cola para el ascensor, marcas tu piso y en menos de lo que pensás llega.
Cuando abrís la puerta de “tu” público despacho –no trabaja (?) solamente el titular de la dependencia ahí dentro-, te encontrás con tus compañeros de trabajo. Por fin, tanto malos pensamientos dejan de estar y te dedicás a contar lo que hiciste en tus vacaciones y preguntar lo que hicieron ellos. Chistes van y vienen, varios mates por aquí y por allá, se hacen las ocho y media y llega el secretario. Se charla un ratito más y cada uno a su escritorio.
Prendiste la PC y empezás a ver que hay arriba de tu escritorio, en el medio de esa pila de causas. Revisás, una y otra vez, no vaya a ser que tengas las manos de Perón en toda esa pila y los que se quedaron no se dieron cuenta, sumado a un amparo, hábeas corpus o algo por el estilo. Hay bocha de laburo, la distribución mucho no me favorece pero no me quejo, estoy acá para trabajar, donde manda capitán no manda marinero aunque más de uno se crea jefe sin serlo.
Trabajás, trabajás y trabajás, en definitiva tanto no te costó la vuelta, es cuestión de agarrar el ritmo y listo, sacás varias cosas, revisas de nuevo, por las dudas, y así se te pasó el día; bah, la mañana, porque se hace la una y media y nos ponemos todos a almorzar. Otras veces las mismas conversaciones, los mismos comentarios, pero ahora un poco apañados por las historias de las vacaciones.
Todos terminan de comer, se levanta la mesa, y empezás a imaginar lo que vas a hacer a la tarde. Me puedo encontrar con mi novia, dormirme una siestita, ir al gimnasio o a una pileta, pero no, una cita olvidada e impensada irrumpe en tu cabeza, devolviéndote a la peor de las realidades. No lo podés creer, te sentís el más estúpido de todos, como hice semejante cosa, esto no me puede pasar a mí en febrero, pleno verano, con un día increíble, óptimo para hacer cualquier cosa menos aquello que ya sabías que tenías que hacer desde diciembre pero, como todo error o mal recuerdo, lo habías borrado de la memoria.
Te acordaste de que en diciembre te habías anotado en una materia de verano, “para adelantar la carrera” te convenciste falsamente en ese momento, quizá con la imposible idea de recibirte a fin de año cuando todavía no cursas por puntos. Pero la verdad, se veía tan lejano pero tan lejano febrero que no te importó que hubiera que ir todos los días, dos horas, a una clase en la facultad con Buenos Aires hecha un horno y con nulas posibilidades de que te toque un aula de posgrado, con sus aires acondicionados y sus bancos, que tienen ese colorcito rojo que si dan gusto sólo de mirarlos, ni te podés imaginar la satisfacción de sentarte y no sentir el rigor de una dura tabla de madera con más resistencia que el/la presidente y los dirigentes del campo en la huelga del año pasado.
Ahora dejé de pensar en todas esas cosas, me puse a boludear en la PC hasta que se haga la hora de irme.

Continuará…

Bienvenidos

Antes que nada me presento.
Obviamente, mi nombre no es el con el que me registre en el blog, las razones no son muchas, pero hay una que es por demás importante.
Siempre me gustó leer y también escribir, pero para la última actividad nunca encontré el espacio adecuado. Además, soy bastante tímido con ciertas cosas y esta es una de ellas. Sin embargo, encontré en el presente "sistema" -si es que eso son los blogs- un lugar para escribir y expresar mis ideas.
No busco fama ni nada por el estilo, sólo me estoy dando un gusto y elegí como temática mis peripecias como miembro del aparato judicial y estudiante de derecho de la Universidad de Buenos Aires.
Aclaro que no participé nunca de un reality show ni me interesa ser un foco de atención, por el contrario trataré de que esto sea un espacio para todos aquellos que se sienten en la misma situación que yo.
Espero que les guste y sean bienvenidos.